Había aprovechado nuestras vacaciones para ir a recoger las cosas de la casa de mis abuelos en la costa asturiana, la había recibido en herencia, siempre me había encantado esa casa criolla, sus techos altos, su construcción colonial, su amplio jardín donde tantas veces corrí y jugué con mis hermanos, sus vistas al mar…a los acantilados.
Ahora me daba cuenta, aunque aún no sabía cuanto, que desconocía mis orígenes, la historia de mis antepasados, mi conocimiento se remontaba sólo a mis tatarabuelos por linea paterna, de los que sabía que habían estado en América, en México, donde al parecer habían hecho fortuna como otros muchos de estas tierras que se vieron obligados a emigrar, y sabía que a través de un intermediario habían mandado construir esta casa…donde nunca llegaron a vivir.
Los primeros moradores de esta casa que hoy ocupamos fueron mi abuelo y sus hermanos, que llegaron a España muy pequeños acompañados de su ama de cría, un escueto personal de servicio que venía con ellos, y un gran baúl, con la promesa de que sus padres, mis tatarabuelos, les seguirían en breve, aunque por lo poco que sé nunca llegaron.
Recuerdo que muchas tardes de verano en el jardín de esta casa, mi abuelo ya muy mayor al que en estas tierras llamaban El Indiano, nos contaba historias sobre los orígenes de nuestra familia, de guerras entre tribus, de nobles y sacerdotes, de dioses que ignorábamos que existieran, de venganzas, de muerte, de enfermedades, de grandes y azarosos viajes…yo lo achacaba a la edad y aunque le escuchaba con la curiosidad ávida de un niño de mi edad, pensaba que eran los desvaríos de un anciano…¡que equivocado estaba!.
Hoy he llegado a esta casa con mi familia, decididos a cambiar de vida, a convertirla en nuestro hogar. Al abrir las puertas me he dado cuenta de todo el trabajo que queda por hacer…habrá que retirar todos los muebles existentes, algunos tan antiguos que ya están carcomidos, los cuadros,…prácticamente todo, es necesario para poder hacer reformas y adecuar la casa a nuestras necesidades, sin que por ello pierda la esencia que desprende.
Entonces he recordado el desván, se encuentra encima de la segunda planta, hay una escalera plegable que lleva a él, aunque nunca en mi infancia y adolescencia nos dejaron subir…no sé porque.
Cuando he entrado en el desván, olía a humedad, a cerrado, he abierto las dos ventanas de madera que dan al exterior. He encontrado cuadros antiguos seguro que relativos a nuestros antepasados, aunque hay dos especialmente que me han sorprendido, representan a sendas mujeres que parecen indias pero vestidas a la española…¿quienes eran?. He dejado los cuadros a un lado, he visto nuestras antiguas bicicletas de verano, un montón de libros y muebles antiguos y …un gran baúl. Con una sonrisa me pregunto si será este el baúl al que tantas veces se refería mi abuelo en sus «desvaríos»…
El baúl está cerrado pero en una estantería del desván, en una pequeña cajita de marmolina o arenisca he encontrado unas llaves antiguas, pruebo y…¡eureka!.
Dentro hay algunos vestidos que en otro tiempo debieron ser muy bellos y valiosos, un pequeño pistolón oxidado, libros de cuentas y facturas muy antiguas, también encuentro un hatillo de piel, atado y untado de… ¿grasa?, al desatarlo ha caido del interior un rollo de lo que parecen papeles también atados con una tira fuerte de no sé que material.
Ahora estoy seguro, lo que tengo en mis manos no es papel, más parece corteza de árbol, lo desenrollo con cuidado, y ante mí aparecen un montón de palabras escritas con algún tipo de tinta que desconozco, pero realmente parece antiquísimo.
Hay muchas páginas, por lo que busco un sitio donde acomodarme, y encuentro el antiguo sillón de mi abuelo, su trono lo llamábamos nosotros, lo coloco junto a una de las ventanas, por buscar la luz, y me dispongo a leer:
«Año de nuestro señor de 1536, Edad de la Luna 21 días, Luna Nueva.
Mi nombre es Juan Sánchez de Arévalo, Teniente del Gobernador Hernán Cortés, Capitán General de la Nueva España y de estas tierras.
O al menos lo fui, llegué a estas tierras acompañando a Cortés en el año de nuestro señor de 1504, lo había conocido en Salamanca, cuando ambos estudiábamos leyes, ¡cuanto tiempo ha pasado ya de aquello!.
Todos en aquellos años soñábamos con viajar a estas tierras, conquistarlas, descubrir otros paraisos, como antes había hecho Colón y los que le siguieron.
Le fue fácil convencerme para enrolarme en esta aventura, los dos eramos jóvenes e hijos de hidalgos, no pasábamos hambre pero estábamos locos por vivir las historias que otros contaban.
Cuando llegamos a estas tierras, después de un viaje infame, nos dirijimos a la Isla de Cuba, y participamos en la expedición que Diego de Velázquez, mal demonio le lleve, inició en el año de 1511 para conquistar la Isla.
Después de la conquista de Cuba todo eran parabienes, Cortés fue nombrado Capitán y quien os escribe Teniente, pero las relaciones entre Cortés y Diego de Velázquez se fueron poniendo mal, en parte por la ambición y las ansias de gloria del primero, y en parte por los celos y temores del segundo.
Así en el año de 1518, Cortés, que había ido tomando fueza entre los hombres que le obedecían y le reconocían como el verdadero lider de la expedición, sobre todo por su valor y dotes de mando en las escaramuzas que habíamos cruzado esos años con los indígenas, me llamó para plantearme una nueva expedición que iba a iniciar en unos meses hacia la costa que aquí llamaban del Yucatán, me insistió en que debía guardar el más riguroso secreto porque dichas tierras, aún no descubiertas, estaban preñadas de oro, especias, y otros objetos de valor, por ello insistía que sólo quería con él a gente de confianza.
El 18 de noviembre de 1518 partimos desde Santiago de Cuba para la conquista de la Costa del Yucatán, la expedición la formaban 504 infantes, 25 caballeros, 205 indios de Cuba, 11 naves, y las dotaciones y pertrechos pertinentes. Salimos de noche por temor a las represalias de Diego de Velázquez, quien advertido de la expedición estaba dispuesto a impedirla como fuere.
Tardamos varias jornadas en alejarnos de Cuba y poner rumbo al Yucatán, cuando ya avistábamos tierra, se inicio una brutal tormenta, tan frecuentes en estas tierras, que hizo que los navios y quienes los ocupábamos no supiéramos ya a que Dios encomendarnos, si a Dios nuestro señor o al Dios de los Infiernos que es donde parece que nos dirigíamos.
Durante la tormenta las naves que formábamos la expedición nos perdimos de vista, incluso desde nuestra posición vimos como algunas de ellas eran tragadas por el Mar Caribe sin que pudieramos hacer nada por rescatar a cristianos o bestias…luchábamos por salvar nuestra propia vida.
La nave en que yo viajaba, «La Santa María de la Barca», no corrió mejor suerte, tanto los infantes, como los jinetes, caballos, indios, y personal de borda que en ella íbamos, tuvimos que ver como se rompía el palo mayor por la base cayendo sobre la borda, matando o mutilando a todos los que agarró debajo.
En lo que tarda en decirse Amén, el navio crujió por la popa partiéndose en dos, caímos al mar. En medio de la confusión me agarré a un madero de la cubierta que se había soltado, clavando en él mis uñas porque sabía que en ello iba mi vida.
Ojala nunca tengáis que saber lo que es pasar una noche en el mar, a merced de las corrientes…y sólo. Durante las primeras horas oía voces y me dirigía hacia ellas nadando sin encontrarlas, con el paso del tiempo dejaron de oirse,…sólo el mar ya en calma, la soledad.
No sé ni cuantas horas, o si fueron días, lo que estuve a la deriva, cuando desperté el madero en que flotaba estaba aproado contra la arena blanca de una playa…estaba en tierra…y estaba vivo.
Como pude me incorporé, y miré alrededor hacia el mar, no se veían más supervivientes, sólo algunos restos del naufragio, ¿qué había pasado con mis compañeros? ¿qué había pasado con el resto de la expedición?…
Cuando me aseguré que no había nadie en el mar, me giré hacia el interior, estaba en una pequeña cala de arena blanca rodeada de un acantilado impresionante, que más parecía una muralla inexpugnable…
Volví a mirar al mar, y pude observar que había un arrecife de coral que iba rodeando toda la tierra que se podía ver desde allí, este arrecife parecía también otra muralla natural, que desde luego impediría acercarse a la playa en que me encontraba a cualquier embarcación.
Suspiré, y resignado empezé a recorrer la pequeña cala tratando de buscar una subida hacia la cumbre del acantilado, conociendo el mar sabía que si la marea empezaba a subir no tendría otro sitio donde refugiarme. Me sorprendió encontrar en una brecha del acantilado una pequeña vereda que parecía ascender hasta la cumbre, y me dispuse a subir por ella para tratar de salvar mi vida.
Estaba concentrado en la ascensión y no la ví llegar, solo la oí, cuando me di cuenta a la altura de mi hombro tenía clavada una pequeña asta, parecida a la saeta de una ballesta española pero más corta, sólo me dió tiempo a mirar hacia la cumbre y ver como un ser con plumas en la cabeza gritaba en una lengua extraña…
Desperté, y me encontré tumbado en una estera, no me eran desconocidas de mi estancia en Cuba, estaba dentro de lo que parecía un chozo hecho de palos y techado con hojas de palma. Al intentar levantarme sentí un dolor intenso en mi hombro que me hizo recordar la herida, al mirar ví que tenía colocada sobre ella algún tipo de ponzoña mal oliente, al levantarla pude observar que tenía un agujero en el hombro pero que la herida estaba seca.
Me dolía la cabeza, y sentía nauseas y mareos, pero aún así conseguí incorporarme, al salir del chozo me topé de frente con un nativo pequeño cubierto con una piel de algún tipo de animal, luego supe que era de jaguar, tenía un torso fuerte y musculado, y unas piernas pequeñas pero robustas, a casi diez pies de distancia me apuntaba con una lanza con la punta de algún tipo de piedra afilada, y gritaba, gritaba como ya había oido antes.
Me sorprendía que me temiera porque yo ni siquiera iba armado, cuando el barco se hundió perdí mi espada y mi pequeña daga toledana regalo de mi padre que siempre llevaba al cinto, y entonces comprendí… se asustaba por mi aspecto. Supongo que no estaban muy acostumbrados a ver en su poblado a hombres altos, barbudos, con una armadura de lamas metálicas, calzones y botas altas.
En lo que tarda en cantar un gallo, me ví rodeado de una nube de más nativos vestidos de la misma forma que el anterior, y con la misma fisionomía, pero lo que más llamaba mi atención es que a pesar de que me apuntaban con lanzas y con unas cañas largas, que luego descubrí que eran cervatanas, no parecían amenazantes, sino más bien asustados,…aterrados.
Con gestos me hicieron avanzar por lo que parecía su ciudad, mis ojos se sorprendieron de todo lo que veía, no eran todo chozos como donde había estado recuperándome, pasamos por calles donde había grandes casas de piedra, era una piedra oscura que no había visto antes, también había otros edificios que parecían pequeños templos, de alguno de ellos salía humo, en sus puertas y en las de las casas había más de aquellos nativos, pobladores de aquella tierra llamada Yucatán.
Todos eran pequeños de estatura, tanto los hombres como las mujeres, sin embargo lo que los diferenciaba eran sus escasas ropas, aún siendo tan escasas me atrevía a distinguir a los nobles de alto rango de los más pobres, simplemente por como iban vestidos, me sorprendí sonriendo porque en eso no eran tan distintos a nosotros.
Sin embargo, hubo algo que me llamó especialmente la atención, y era que entre los que me miraban, y en concreto entre los que yo consideraba nobles o de alto rango, los adultos tenían el craneo aplastado, aplanado, ¿qué clase de misterio había en ello?…
Fui llevado hasta el centro de la ciudad frente a lo que parecía un Castillo, allí me hicieron detenerme y esperar. Pude observar que la ciudad tendría una veintena de edificios entre templos y casas de piedra, sin contar las imnumerables chozas que estaban diseminadas por el exterior de lo que parecía una muralla que rodeaba los templos y los edificios, al levantar más la vista pude ver que había otra muralla exterior construida con la misma piedra que ya había visto antes y que tenía varias entradas pequeñas.
Al oir un gruñido, bajé la vista y ví que delante de mí había otro nativo, por su porte parecía el jefe de todos, vestía también con piel de jaguar, con un penacho de plumas de colores en la cabeza, y portaba un bastón grueso. Cuando me habló sólo me quedé con varias palabras que no entendía: Zamá, Nachán Can, y batab.
Mientras me seguía hablando, y yo sin entender ni jota, me fijé que situadas tras él había tres mujeres, eran distintas a las otras que había visto por la ciudad, tenían un porte más regio, iban tapadas en sus partes íntimas, y especialmente llamó mi atención una joven pequeña de estatura pero que me pareció bellísima, pensé que debía ser la hija del cacique de los nativos.
Intenté hacerme comprender en nuestra lengua, pero aquellas gentes no entendían nada de castellano, probablemente fuera el primer cristiano barbudo que veían, ¿que habría sido de mis compañeros? ¿habrían sobrevivido?. Por más que pregunté nadie me respondió.
Quedé encomendado a la custodia de quien parecía un sacerdote de aquellas gentes, al que respetaban como si se tratara de un Rey.
Aunque mi primera idea fue escapar y tratar de reunirme con lo que quedara de la expedición de Cortés, siempre que hubieran sobrevivido, lo cierto es que me fui acomodando a aquella gente con el paso de los días, me trataban muy bien, y llegué a comprender conforme aprendía su lengua que me veían como un enviado de sus Dioses.
Yo intentaba hacerles comprender que sólo había un Dios, que estaba en los cielos y que nos había enviado a su hijo, Jesucristo, para redimirnos, pero o no entendían o no querían entender.
Con el paso, primero de los días, y luego de los meses, aprendí a entender y a hablar su lengua, al menos para hacerme comprender. No me sentía prisionero, me respetaban aunque sabían que era un extraño, un extranjero.
Así descubrí que estaba en la ciudad Maya de Zamá, lo que en castellano significa amanecer o mañana, ahora os puedo decir que os llegará a vosotros con el nombre de Tulum o ciudad amurallada, que es como la llaman los españoles que han llegado a estas tierras.
Zamá, era como os decía antes una ciudad pequeña destinada al culto ceremonial para los Mayas, y también a la observación de las estrellas. Pero era algo más, era el primer puerto comercial del Caribe junto con la vecina Isla de Cozumel, y además era la única ciudad amurallada de los Mayas.
El jefe Maya que me dió el discurso el primer día, en realidad era el Batab o Gobernante de aquellas gentes, y su nombre era Nachán Can. Éste me acogió como un hijo, me alojó en su «palacio», y se preocupó de que conociera a fondo su cultura, la cultura Maya, sus plantas, sus animales como el jaguar o el quetzal a los que adoraban, sus creencias, sus Dioses…
Tuvimos muchas discusiones sobre el modo de entender la vida, pero sobre todo la religión, pensé que tenía razón Fray Hernán, el monje que venía en nuestra expedición, estas gentes necesitaban ser cristianizadas…¡que iluso era entonces!.
Los Mayas no tienen un Dios, tienen muchos como Chaac o Dios del Agua al que dedican numerosos templos y sacrifios, Hun Ab Ku o Dios Supremo Maya, Ak Kim o Dios del Sol o Ek Chuac o Dios del Comercio, muy importante para el pueblo Maya.
Zamá, es una ciudad portuaria, aunque en realidad no tiene un puerto propiamente dicho, comercian con toda la Península del Yucatán y con tierras aún más lejanas, aún por descubrir por los españoles. Traen alimentos, pieles, animales y minerales o piedras preciosas como el Jade que utilizan para decorarse. El comercio para una ciudad que no produce nada, salvo un poco de maiz para comer y oxidiana la piedra con la que preparan sus armas o sus herramientas, es su vida, siempre después del culto a sus Dioses y a las estrellas.
Con el tiempo descubrí que Zamá era una ciudad que nunca había sido conquistada, y al menos hasta hoy nunca lo ha sido, porque además del inmenso manglar que la rodea por tierra, sus dos murallas que la protegen, además del acantilado, está rodeada por un arrecife de coral que impide que cualquier nave o embarcación se acerque a tierra sin miedo a naufragar.
Sólo los Mayas habitantes de Zamá conocen el secreto para llegar a tierra sin chocar con el arrecife, sólo ellos saben que dicho arrecife tiene una entrada natural que coincide con el edificio que estaba justo encima del acantilado, que quien suscribe confundió el primer día entre estas gentes con un Castillo, y que es el Templo del Dios Descendente, aunque en realidad hace las veces de faro. Los comerciantes de Zamá navegan paralelamente al arrecife con sus embarcaciones, hasta que ven el faro de día o de noche iluminado con antorchas, y saben que ese es el punto por donde deben acceder a la playa, por un estrecho paso entre la muralla de coral.
Los mayas no se caracterizan por ser agricultores, pero me enseñaron que desde hace miles de lunas se basan en las estrellas para sembrar o recolectar su maiz, su principal sustento. Habían construido un edificio bajo las indicaciones de sus sacerdotes, tenía una puerta pequeña y en la pared contraria que daba al acantilado hacían un agujero pequeño que dejaba entrar la luz. Ese edificio es apreciable desde el centro de la plaza y ellos saben que cuando el sol entra por aquel pequeño agujero es temporada de siembra, y cuando deja de aparecer el sol saben que pueden recolectar. No son bárbaros, conocen las estaciones, aunque las interpretan de otro modo. hasta tienen su propio abecedario y calendario…¿sus Dioses?…no son mucho más inclementes que el nuestro.
En los casi dos años que llevaba allí pude demostrar mis dotes con las armas, llegué a dominar la lanza y la cervatana como el arcabuz o la espada, y ello unido a mi cercanía al Batab Nachán Can, hizo que me convirtiera en un Nacom o Jefe Militar Maya.
Aunque ya soy mayor sigo siendo un Nacom Maya, y lo seré hasta el día en que muera, he luchado por mi pueblo frente a otras tribus, incluso he intervenido en alguna escaramuza contra mis propios compatriotas para acabar con sus abusos y disloques…pero perdonad porque adelanto acontecimientos…debe ser la fiebre que corroe mis entrañas.
Como Nacom mi función consiste principalmente en vigilar la ciudad, adiestrar a los jovenes para la defensa, y evitar que entren intrusos del exterior, Zamá y sus habitantes quíeren seguir siendo una «ciudad fantasma».
Cuando llevaba junto a mi nuevo pueblo tres años, un día regresó un enviado para comerciar con la vecina Isla de Cozumel que traía noticias…nos contó que mis compatriotas habían desembarcado hacía tres años en la Isla con ocho naves intactas y una con daños…¡¡así que el viejo bastardo de Cortés lo consiguió al fin y al cabo!!…debo confesar que no sentí ningún pesar por no haber formado parte de la conquista…esa ya no era mi guerra…ya no la sentía como mía.
El enviado también nos contó, que el jefe de los barbudos no había permitido que se cometieran desmanes entre los pobladores de Cozumel, pero que a los pocos días había marchado hacia el interior de la Península con el grueso de su ejercito, y el puñado de hombres que había dejado en la Isla para mantener el orden estaban cometiendo todo tipo de desmanes…y ello a pesar de los intentos del hombre santo por evitarlos…pensé que tenía que ser Fray Hernán. En ese momento me avergonzé de mi pueblo…
Cuando quedé sólo con Nachán Can, éste con lágrimas en los ojos, me indicó que si quería marchar con mi pueblo podía hacerlo libremente, siempre que no revelara los secretos de Zamá,…decidí quedarme, mi pueblo era ya éste, los que me habían acogido, los que me habían enseñado otra vida, para ellos y para mí…yo ya era un Maya más.
No os quiero mentir, el principal motivo por el que había decidido quedarme era y es, ZAZIL HÁ, la hija de Nachán Can. Desde el primer día, me atrajo, me obsesionó por su belleza y por el encanto que desprendía, era bajita como los de su raza pero esbelta de cuerpo, con una cabellera morena lisa que le llegaba a la cintura, ojos negro aceituna que tal parecían dos luceros en la noche oscura, y su piel morena como la oxidiana con olor a coco, a mango…
Como yo sabía que también la atraía y su padre me había insinuado que para él sería un gran honor, la ceremonia de nuestro enlace se celebró en el año de nuestro señor de 1525, por el calendario Maya era el día 1.853.434 de su pueblo y la Luna era creciente, que rápido había pasado el tiempo ya llevaba siete años entre los Mayas.
En los años siguientes hemos tenido dos hijos, Vosotros, a los que dirijo esta carta escrita en el papel de nuestro pueblo corteza de árbol, Zazil tan bella como tu madre y Taabscoob mi pequeño guerrero y el orgullo de su abuelo. Os he enseñado Castellano porque esa es la lengua materna de vuestro padre, pero no olvidéis que sois Mayas, no olvidéis nunca vuestras creencias, vuestras tradiciones.
Os escribo esta carta hoy a las puertas de mi muerte porque quiero que conozcáis vuestros orígenes, los orígenes de este Nacom que en otra época fue Teniente del «Conquistador» Cortés. Aunque aún sois pequeños, debéis saber que el fin de esta civilización, tal y como la conocemos, está cerca, la falta de agua de lluvia desde hace muchas lunas está provocando que nuestra gente enferme, ello se está viendo agravado por las desconocidas enfermedades que están propagando por este país mis antiguos compatriotas, como la viruela.
Ah hijos míos… pienso que el fin de esta ciudad que ha sido mi casa y mi felicidad durante todos estos años está cercano. Me encuentro enfermo y débil, pero quiero que cuando leáis esta carta sepáis que os quiero, y os pido algo, acompañad a vuestra madre fuera de estos muros, a la vecina Isla de Cozumel, con la carta de recomendación que la he dado, espero que embarquéis en una nave que os lleve a España, no temáis perderéis libertad, pero mi familia de allí, vuestra familia también, os acogerá y os cuidará. Veréis por mí las tierras de Asturias, de la que tanto os he hablado, os lo ruego no tengáis temor allí seréis felices.
Ahora debo dejaros, la fiebre me nubla la vista después de tantas horas, recordad hijos míos que os quiere vuestro Padre. Que Yum Cimil, Dios de la Muerte me acoja a su lado.
Zamá en el año de 1536
Teniente del Ejercito de las Españas, Juan Sánchez de Arévalo
Nacom de la ciudad Maya de Zamá»
Cuando terminó de leer la carta aún lloraba, comprendió que se trataba de la historia de uno de sus antepasados, ahora empezaba a comprender el parecido de las imágenes de los cuadros que había encontrado con dos nativas…eran sus orígenes.
Por lo que había leido, pudo entender que la familia de su antepasado nunca llegó a España, probablemente nunca sabrá por qué, y sólo sus descendientes, tras generaciones y generaciones, no olvidaron esa primera promesa, y decidieron volver a su tierra madre. Así hasta su abuelo y sus hermanos que fueron los primeros de los descendientes de Juan Sánchez de Arévalo que llegaron a esta tierra.
Se secó las lágrimas, envolvió con cuidado el «testamento» de su antepasado, y bajó al salón de la primera planta donde se encontraba su esposa con los de la agencia de mudanzas, les dijo que dejaran todos los muebles allí…los iban a conservar, y ante la mirada de excepticismo de su mujer sólo le dijo: «Ahora no tengo tiempo voy a la agencia de viajes, luego te explico, prepara todo nos vamos a México, vamos a conocer Zamá la tierra de mis antepasados…mis orígenes».
P.D.: «LE MÁAX MA`TU P’ILIK U YICH BEILA’E’ MIX BIK’IN U P’ILIK». Refrán Popular Maya que significa: «El que no abre sus ojos hoy, nunca los abrirá
Alfonso Cintero Ramiro
Abogado. Directivo Responsable del Departamento de Letrados de la Firma ÁREA, ABOGADOS Y ASESORES.