Qué feo está eso de juzgar a las personas! No está ni medio bien eso de ir diciéndole a la gente: “tú eres bueno” (es decir, como yo), “tú eres malo”, es decir, distinto. Pero… ¡qué bien queda en las películas! ¡Sobre todo en las buenas! ¿Y lo baratas que salen? No se necesitan efectos especiales, ni dobles para las secuencias peligrosas, ni grúas, ni sofisticados montajes, ni siquiera una historia de amor. En un juicio todo eso es morralla, “MacGuffin”, que diría el maestro Hitchcock.
Eso sí, si se quiere hacer una buena y creíble película judicial se necesita, como mínimo, algún personaje inteligente, deductivo, reflexivo y coherente. Y para eso sólo hace falta un guionista (me han dicho, confidencialmente, que aún queda alguno).
En las películas, si el acusado es inocente, suele ser más listo su defensor que el fiscal, pero esta situación se da poco. Es más habitual que el acusado sea culpable, para que el que se luzca sea entonces el Fiscal del Distrito. Por eso en USA, a no ser que sean unos corruptos depravados, están tan bien vistos los fiscales.
Esto suele pasar sobre todo en las “tv movies” o en las series.
En las películas de cine el más listo es siempre el protagonista, o sea, el que más cobra. Vamos, que si conocemos el casting antes de entrar a la sala (de cine) ya sabremos quién va a ganar en la sala (del Juzgado).
Si el prota es Kevin Kostner lo normal es que gane (al menos hace tiempo, antes de convertirse casi en “veneno para la taquilla”), sea como policía(Los intocables de Elliot Ness, victoria real), sea como Fiscal(J.F.K., victoria moral); Tom Cruise gana, por puntos aunque no por K.O., a Jack Nicholson (Algunos hombres buenos); o Denzel Washington, que, a pesar de ser minoría étnica, gana a Mary Steenburgen (también minoría, por ser mujer), en Philadelphia.
Pero no siempre importa el veredicto. A veces, lo que importa es la película, lo que cuenta y cómo lo cuenta. Por eso nos seguimos entusiasmando con las buenas películas judiciales, con las buenas interpretaciones, con los buenos guiones, con los buenos finales, felices o no, gane quien gane.
Películas como La costilla de Adán, con un duelo maravilloso y una guerra de sexos más allá de la pantalla entre los grandes Spencer Tracy y Katharine Hepburn; Testigo de cargo, esa película que parece de Hitchcock mejorado pero es de Billy Wilder, y con un Charles Laughton en estado de gracia; El Proceso de Nuremberg, con el terror más absoluto concentrado en los ojos de Montgomery Clift; Veredicto final, esta vez los ojos de Paul Newman y toda la honestidad y el hastío que se pueda reflejar; En el nombre del padre, que remueve las estructuras del poder y nos enseña todas sus cloacas; Las dos caras de la verdad, charada donde Edward Norton da un recital y eclipsa a Richard Gere (tampoco era muy difícil); Doce hombres sin piedad, o cómo romper los esquemas para crear una duda razonable y plantearse el valor de la vida humana; o Matar a un ruiseñor, que nos deja uno de los más maravillosos, honestos y emblemáticos personajes de la historia de la literatura y el cine: Atticus Finch, utilizado como un referente moral para legiones de abogados, y con los rasgos de Gregory Peck.
Ya sé que no está bien eso de juzgar a nadie, que está feo, que quiénes somos nosotros… Pero en este caso haremos una excepción. Creo que todos estaremos de acuerdo en que podemos dictar sentencia absolutoria para toda esta gente que nos ha hecho pasar tan buenos ratos.
Ana Cerro Casco
Departamento de Administración de ÁREA, ABOGADOS Y ASESORES.
Estupendo Árticulo Ana,
Un abrazo enorme
Gracias, Mely. Un abrazo para ti también.
Efectivamente, para toda esa gente que nos ha hecho pasar tan buenos ratos. Un beso.