«El viaje real de descubrimiento no consiste en visitar paisajes nuevos, sino en mirar con distintos ojos.» Marcel Proust
Desde la infancia se nos han inculcado, entre otras muchas, dos importantes ideas: la delegación de la resolución de nuestros propios conflictos y la competitividad.
A día de hoy estas ideas/valores siguen persistiendo en nuestro fuero interno y, sin ser conscientes o siéndolo, perpetuamos esas ideas/valores.
Cuántas veces escuchamos en los parques:
-
¡No se pega!; vamos, dale un besito a Fulanito, ¡pídele perdón!
Con estos comportamientos obligamos a los niños y niñas a no responsabilizarse de sus actos, a no dar solución a sus propios conflictos. Nos erguimos como autoridad moral en sus relaciones interpersonales; somos nosotros, los adultos, los que decidimos qué está bien y qué está mal. Y no solo eso, sino que si no se respeta nuestro criterio se ejerce un poder coercitivo contra la rebeldía o la insumisión.
– ¡Ahora te quedas en la sillita de pensar 5 minutos!
– ¡Alá, pues a casa!
No es que esté defendiendo, ni mucho menos, el que las madres y padres no eduquen a sus hijos e hijas. Eso es algo que es inherente al cargo de progenitor/a. Ahora bien: sí estoy planteando la idea de que nuestros hijos e hijas son personas competentes que tienen capacidades que infravaloramos. Es más: entiendo que es muy difícil pretender construir un mundo distinto actuando de la misma manera. Einstein ya nos advirtió: «Lo más absurdo del ser humano es querer que una cosa cambie y seguir haciendo lo mismo».
En la sociedad seguimos con los mismos patrones: papá Estado nos dice lo que está bien y lo que está mal; si surge un conflicto el juez aplicará la norma con lo que ello conlleve; previamente los ciudadanos habrán delegado su defensa en sus abogados, que serán parte interesada en el conflicto; y así, de este modo, la ciudadanía adquirirá un papel pasivo en sus propios asuntos, acabando el conflicto finalmente con un ganador y un perdedor.
Ahora se nos insta desde Europa a que utilicemos una forma alternativa de resolución de conflictos y nos encontramos con nuestra herencia de valores y métodos adquirida desde hace siglos. La mediación requiere responsabilidad y compromiso con nuestros propios actos; voluntad; y, sobretodo, no desear que la otra parte pierda para que yo gane.
Sin embargo, volvemos al momento en el que se nos inculcan los valores: desde siempre parece ser que no puedo ganar sin que el otro pierda, pero ¿cuando se asumió esto como un axioma en nuestro interior? Quizá tenga que ver y mucho el sistema educativo, basado precisamente en la competitividad, calificaciones por notas, continuos exámenes, ser el mejor de la clase, ser la persona más guapa o popular, ser el mejor expediente académico, tener éxito… Así lo dijo Ivan Ilich: “Todos miden su éxito por el fracaso de los demás.”
Entre la Abogacía y la Medición vuelve a surgir la competitividad: a ambos colectivos nos interesa el conflicto, algo esta claro, ambos colectivos pretendemos vivir de él.
La abogacía parece ver en la medición un competidor a la hora de captar clientes.
La mediación quizás vea en la abogacía un obstáculo a la hora de hacer las cosas de modo diferente.
¿Acaso existe otra visión alternativa a esta? ¿Abogacía y Medicación pueden actuar de forma cooperativa? ¿Cómo? ¿Por qué?
Tras la aprobación de la Ley 5/2012, de 6 de Julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles, la abogacía se ve amenazada por una nueva profesión emergente, LA MEDIACIÓN, como si fuera poco la que tenía encima con la crisis económica, además, a partir de ahora, se permite a otros profesionales el intervenir en los conflictos; a todo ello y poco después se suma la implantación de las tasas judiciales. Duro escenario para la Abogacía en los tiempos que corren. Muchos compañeros abogados se lamentan:”¿qué sentido tiene esto de la mediación? Nosotros ya hacemos esa función, llevamos toda la vida mediando” Craso error, no habrá que confundir la profesión de mediador con la de un abogado conciliador, negociador…o que busque la solución pacífica del conflicto que se nos plantea. Conozcamos al “enemigo” antes de acabar con él.
Sirva lo expuesto como premisa para plantearnos: ¿Qué es un mediador/a?, ¿en qué se diferencia de un abogado/a?. Continuará…
Mirya Timón Morillo-Velarde, abogada en TIMÓN&MORILLO-VELARDE ABOGADOS.