En los últimos meses los medios de comunicación se han inundado de noticias en referencia a la economía colaborativa y el recelo de ciertos sectores que con iniciativas como Bla Bla Car, Hipmunk, Uber, ThredUP o Eatwith ven peligrar su tradicional negocio.
Pero, ¿qué es exactamente?
Pues bien: la economía colaborativa es una tradición que consiste en compartir o intercambiar con el objetivo de lograr un beneficio o bien común, tradición que existe desde los tiempos más remotos. Nada nuevo hasta que las nuevas tecnologías e internet han entrado en ese mundo, conectando a millones de personas y provocando una auténtica revolución. El gran debate que surge ahora es la necesidad o no de su regulación; incluso desde ciertos sectores se pide su prohibición.
Desde mi punto de vista su prohibición podría considerarse como “poner puertas al campo”, por no decir algo bastante complicado; y más en el actual mundo global en el que vivimos. Cuesta creer que en pleno siglo XXI, donde todos nos quejamos de la cantidad de normas y burocracia a la que estamos sometidos se intente prohibir o regular estrictamente algo como “Compartir”. Y aunque algunos se empeñen en volver a lo que en Derecho Administrativo se denominaba el “ Estado Policía”, las nuevas tecnologías e internet nos dan la oportunidad de crecer y crear valor a través de este consumo o economía colaborativa. Ésta, desde mi punto de vista, más que perjudicar beneficia tanto al libre mercado y la libre competencia como a los consumidores, sobre todo en sectores donde todavía hoy cuesta ver esa libre competencia.
Pero como todo en esta vida tiene su parte negativa, y es que todo no puede ser prefecto, y en la economía colaborativa también hay un lado oscuro. Se trata de aquellos que se intentan beneficiar del bien común para su beneficio propio, llamando consumo colaborativo a cosas que no lo son. Me refiero a ciertas aplicaciones o sistemas en las cuales el fin no es compartir ni obtener el bien común, si no prestar un servicio fuera del marco legal, con ánimo de lucro y sin pagar impuestos.
Aún así, a día de hoy aventurarse a regular estrictamente materias como internet o las nuevas tecnologías puede ser más una desventaja que una ventaja, debido a que son mundos en constante evolución donde una norma muy rígida puede quedar obsoleta en meses, semanas o incluso antes de su publicación en su correspondiente Boletín Oficial. Por todo ello, a la hora de regular debemos andar con mucho cuidado.
Desde Ciertos organismos como la CNMC, entre otros, se apuesta por la no regulación y la defensa de este tipo de consumo; pero parece que al final nos acercamos a su regulación y al gran reto que esto supone. Por ello considero que esto será acertado siempre y cuando hablemos de una regulación flexible cuyo único objetivo sea regular qué entendemos por economía colaborativa; y evitar que ese lado oscuro acabe con los beneficios y el progreso de la misma, intentando mirar por el interés general y no por los beneficios de ciertos sectores que tanto están presionando en los últimos meses para poner coto a este tipo de consumo.
Diego Miranda Gómez. Departamento Jurídico de la Firma ÁREA, ABOGADOS Y
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