Nunca me he mostrado proclive a las manifestaciones y exaltaciones feministas, más aún me producen cierto rechazo las políticas y legislaciones que utilizan la discriminación positiva en pro de la mujer; creo que el cambio es posible sin necesidad de las mismas. No obstante, una sucesión de acontecimientos, noticias ocurridas en los pasados días me hace replantear si estoy o no en lo cierto.
Así, estos meses de atrás amanecíamos con esta cruel noticia: más de 30 millones de mujeres de todo el mundo están en riesgo de ser víctimas de mutilación genital durante la próxima década, según un estudio realizado por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Pero no nos equivoquemos, aún siendo trágicas estas cifras, no es preciso irnos a Yibuti, Egipto, Guinea y Somalia para ver el trato vejatorio que sufren aún hoy las mujeres, basta con ver las comportamientos e imágenes sexistas en las fiestas de San Fermín que han recorrido todo el mundo, dónde en un clima de júbilo todo valía. La coyuntura actual requiere acciones positivas que tutelen las máximas de no discriminación y por ende de conquista social de sectores históricamente postergados del ámbito público.
La condena social contra la ablación es prácticamente unánime en todas las democracias occidentales. Del mismo modo y, sin ánimo en modo alguno de equiparar ambos acontecimientos, los medios de comunicación y redes sociales reaccionaron rápidamente frente a las citadas imágenes de cuerpos desnudos teñidos de rojo en un ambiente festivo.
Esta problemática constituye, sin lugar a dudas, uno de los ejes principales de todo proceso de modernización y democratización de nuestras sociedades. Pero, hoy más que nunca vemos como la legislación por si sola no es suficiente, es preciso un cambio cultural, es preciso que se incluyan en las agendas actuales de políticos y planificadores de la educación. En la infancia, niños y niñas desarrollan procesos comportamentales diferentes, razón por la cual será la educación una de las herramientas más fuertes para cambiar los estereotipos y anclajes sociales que a lo largo de años han mantenido diferencias carentes de todo tipo de justificación entre hombres y mujeres y han desembocado aún hoy en papeles y funciones sociales determinadas, dando lugar aún hoy a una pérdida de igualdad de oportunidades.
Que buenos recuerdos nos traen esos cuentos de Walt Disney, pero no podemos obviar que el papel de la princesa sumisa que espera el beso de su principe que la despierte de su letargo ha cambiado. La dama ya no espera con sus zapatitos de tacón, ahora anda en zapatillas listas para danzar.
Mª Dolores Galán Cadenas. Abogada de la Firma ÁREA, ABOGADOS Y ASESORES