Era Hipólita una de las más hermosas y poderosas Reinas Amazonas, a quien su padre Ares, dios de la guerra, había regalado un cinturón mágico, el cinturón de Hipólita, y cuya posesión le colocaba en una situación de autoridad frente al resto de guerreras de su pueblo.
Era su pueblo un pueblo de amazonas donde sólo las mujeres tenían lugar; donde el hombre tenía cabida una vez al año, con el único objeto de garantizar la pervivencia de esta tribu matriarcal; donde sus miembros eran preparadas desde niñas para ser las más nobles guerreras – con o sin seno derecho, dependiendo de la versión de los historiadores – ; y mejores compañeras – si bien llamadas por Herodoto “androktones”: asesinas de hombres.
Era Hércules, hijo de Zeus y Alcmena, mitad dios, mitad hombre, el mayor de los héroes clásicos. En penitencia por un homicidio cometido se le castigó con la realización de doce trabajos, entre los que se encontraba robar el cinturón de Hipólita.
Cuando Hércules llegó con las amazonas, Hipólita quedó fascinada por él y le prometió regalarle el cinturón, soñando que así él se quedaría con ella para siempre. Pero Hera, mujer de Zeus, celosa de su marido porque la engañó con Alcmena yaciendo durante una noche, se hizo pasar por Amazona, convenciendo a las guerreras de que la intención de Hércules era secuestrar a la reina.
Esto desencadenó la cólera que llevaría a las guerreras a atacar la nave de Hércules y a sus compañeros. Los hombres tuvieron que dar muerte a algunas guerreras y al final Hércules, creyendo que Hipólita lo había traicionado, la mató.
Tomó entonces su faja y se fue, cumpliendo el noveno de sus trabajos
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… 😉
Yolanda Aparicio Fernández. Asesora Jurídica. Gestión Interna y Recursos Humanos de la Firma ÁREA, ABOGADOS Y ASESORES