Hablar de la mediocridad está de moda, es tendencia y seguramente la mediocridad misma también lo sea. Pero, sobre todo, se lleva mucho hablar de la mediocridad de los demás y de los que mandan o nos representan o tienen cierta visibilidad y notoriedad. Y la verdad es que esto sí me parece especialmente mediocre si no va precedido de un mínimo (o, para ser coherentes, de un máximo) de auto exigencia y auto crítica. Es como hablar de los kilos que ha puesto el vecino o la vecina sin asumir nuestro sobrepeso desde que dejamos la universidad y sin aguantar con los hábitos saludables 15 días seguidos.
Con la mediocridad viene pasando lo contrario que con el talento: la vemos claramente en los demás y difícilmente nos percibimos mediocres en muchos de nuestros actos y detalles, gestos o actuaciones cotidianas. En cambio, el talento ajeno cuesta valorarlo y elogiarlo y potenciarlo, y el nuestro o los nuestros siempre nos parecen infravalorados. En lo que sí se parecen el talento y la mediocridad es en que tienen o se presentan y se desarrollan de muchas formas y maneras, y en muchos momentos y situaciones.
Por eso, sin dejar de lamentar y apreciar esa mediocridad donde más brillantez se necesita o sería deseable y hasta exigible también unos méritos por encima de la media, conviene analizar aquello que está a nuestro alcance para escapar de esa corriente y poder aportar valor y diferenciación y disponer así de un criterio fundado al hablar de los demás. Esto es, nuestros micro mundos diarios como faro y luz de esos cambios que queremos ver. ¿Cómo nos comportamos en nuestras empresas, en nuestros trabajos, en nuestras responsabilidades, en nuestras familias, en nuestras relaciones sociales?. ¿Nos dejamos llevar?, ¿nos comprometemos y somos generosos y justos?, ¿nos entregamos y damos lo mejor?, ¿apostamos y arriesgamos y tratamos de mejorar o cambiar lo que no funciona o nos resignamos y conformamos o nos acomodamos?, ¿invertimos, innovamos o seguimos el hilo y somos resistentes al cambio y nos aferramos a lo seguro?, ¿cómo tratamos a los demás?, ¿te vale eso de cumplir y hacer lo que te mandan o vas más allá?, ¿te vale el más de lo mismo o estás dispuesto a complicarte?, ¿qué tipo de decisiones tomas y que te lleva a ellas o buscas con ellas?… Hacerse estas preguntas y otras similares, y el sentido de nuestras respuestas sí marcan la diferencia o nos desmarcan de la mediocridad.
No se trata de ser anti mediocres, igual que ser anti madridistas no hace que tu equipo sea mejor. Esa no es la solución. Esto consiste en derrotar la mediocridad desde nuestro talento y de sumar y desarrollar aquello de extraordinario que está en nuestras manos. Es decir, en ser pro talento empezando por remover el nuestro cada día en las pequeñas o grandes cosas que nos ocupan, e impulsar el talento de los que nos rodean. Los mediocres se rodean de mediocres o siguen a mediocres y desconfían de lo que cambia paradigmas o se sale de lo previsto, y hay muchos mediocres hablando de mediocridad sin considerar la suya propia. Y esta marea no deja de subir, y de lo que se trata es de nadar o navegar contracorriente. Hay que remangarse desde lo extraordinario de lo que tenemos delante, porque mirando hacia el lado o hacia arriba, a veces, descuidamos nuestros pasos y el avance que suponen.
Ángel Luis Gómez Díaz. Socio–Fundador y Director General de la Firma ÁREA, ABOGADOS Y ASESORES